El efecto invernadero es un fenómeno natural que permite la vida en la Tierra tal como la conocemos. Sin embargo, las actividades humanas han intensificado este efecto, provocando un calentamiento global acelerado y cambios drásticos en el clima. Comprender el efecto invernadero es crucial para abordar el cambio climático y tomar medidas para mitigar nuestro impacto en el planeta.
¿Cómo funciona el efecto invernadero?
Imaginemos la atmósfera terrestre como un invernadero de cristal. La energía solar atraviesa la atmósfera en forma de luz visible, calentando la superficie terrestre. La Tierra, a su vez, emite parte de esta energía en forma de radiación infrarroja.
Aquí entran en juego los gases de efecto invernadero (GEI), presentes de forma natural en la atmósfera. Estos gases, como el dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O), tienen la capacidad de absorber y retener parte de la radiación infrarroja emitida por la Tierra, impidiendo que escape al espacio exterior.
Este proceso de absorción y reemisión de calor hacia la superficie terrestre es lo que se conoce como efecto invernadero.
Gases de efecto invernadero
Los principales gases de efecto invernadero son:
- Dióxido de carbono (CO₂): proveniente principalmente de la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), la deforestación y la producción de cemento.
- Metano (CH₄): generado por la descomposición de materia orgánica en vertederos, la ganadería y la producción de combustibles fósiles.
- Óxido nitroso (N₂O): emitido por el uso de fertilizantes nitrogenados en la agricultura, la quema de combustibles fósiles y algunos procesos industriales.
- Gases fluorados: utilizados en refrigeración, aires acondicionados y procesos industriales. Aunque se encuentran en menor cantidad, su potencial de calentamiento global es mucho mayor que el del CO₂.
La intensificación del efecto invernadero por el cambio climático
Desde la Revolución Industrial, las actividades humanas han aumentado significativamente la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. La quema de combustibles fósiles, la deforestación y la agricultura intensiva son las principales responsables de este incremento.
Esta mayor concentración de GEI intensifica el efecto invernadero natural, provocando un aumento de la temperatura global.
Este calentamiento global tiene consecuencias significativas en el clima, como:
- Aumento del nivel del mar debido al derretimiento de glaciares y capas de hielo.
- Fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos, como olas de calor, sequías, inundaciones y huracanes.
- Cambios en los patrones de precipitación, afectando la disponibilidad de agua dulce.
- Acidificación de los océanos, perjudicando la vida marina.
- Pérdida de biodiversidad debido a la alteración de los ecosistemas.
La importancia de la medición de la huella de carbono
Para abordar el cambio climático, es fundamental reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
La huella de carbono es una herramienta que nos permite medir las emisiones asociadas a un producto, servicio, organización o individuo. Esta medición es el primer paso para identificar las principales fuentes de emisiones y establecer estrategias de reducción efectivas.
El Protocolo de Gases de Efecto Invernadero (GHG Protocol, por sus siglas en inglés) proporciona un estándar internacional para la contabilidad y reporte de emisiones de GEI.
Este protocolo establece tres alcances para la medición de la huella de carbono:
- Emisiones de Alcance 1: emisiones directas de fuentes propias o controladas por la empresa, como la quema de combustibles fósiles en instalaciones propias.
- Emisiones de Alcance 2: emisiones indirectas provenientes de la generación de energía eléctrica, calor o vapor consumidos por la empresa.
- Emisiones de Alcance 3: otras emisiones indirectas a lo largo del ciclo de vida del producto o servicio, incluyendo la adquisición de materias primas, transporte, uso del producto por parte de los clientes y gestión de residuos.
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